Pensar en unos brillantes zapatos rojos es hacerlo en la fabulosa historia del Mago de Oz. El cuento escrito a finales del siglo XIX por el periodista norteamericano Lyman Frank Baum nos ofreció un viaje iniciático para superar los terrores de la adolescencia y encontrar el camino de vuelta a una mejor versión de uno mismo. ¿O no era así? Para los famosos economistas Gregory Mankiw y Paul Kruger nada es lo que parece en esta historia de deflación, populismo y metales. Prepárate para el disgusto de tu vida: ni siquiera los zapatos eran rojos en realidad. Empecemos por el principio. A finales del siglo XIX, EEUU sufría un período de extraordinaria deflación: los precios cayeron un 23% entre 1880 y 1896. Este pinchazo provocó una enorme redistribución de la riqueza entre acreedores, los banqueros del noreste de EEUU; y deudores, granjeros del sur y del medio-oeste. Según nos explica Mankiw en su libro Macroeconomía, estas variaciones imprevistas de los precios suelen desencadenar auténticas convulsiones políticas. Lo ocurrido en esta época en EEUU logró que se tambaleara la joya de la corona de la historia económica: el patrón oro.El oro entonces era un metal escaso e impedía respaldar la creación de dinero. La solución al problema vino con la propuesta de sumar la plata al trono e instaurar un patrón bimetálico para aumentar la oferta monetaria y detener la deflación. La lucha entre la defensa de un oro solitario y de una regencia compartida entre este metal y la plata protagonizó la campaña electoral de 1896 en Estados Unidos. Los candidatos rivales se situaron a un lado y a otro del metal. William McKinley, republicano y con la simpatía de los banqueros del noreste, se erigió en defensor del viejo patrón oro. Otro William, Jennings Bryan, demócrata y de familia de agricultores del Medio Oeste, fue el principal impulsor de la plata para respaldar un nuevo patrón bicéfalo. Oro contra plata. Banqueros contra agricultores. Oligarcas contra pequeños propietarios. Noreste contra suroeste. Pura épica en las manos de un escritor que hizo caminar a una niña con unos zapatos de plata...sobre baldosas doradas. Segundo disgusto del día: no, no es Dorothy la protagonista de la historia del Mago de Oz, sino el patrón oro. El autor de Macroeconomía establece una alegoría entre personajes y tipos socioeconómicos de la sociedad estadounidense finisecular, sin olvidarse de nombres propios como los del candidato demócrata Jennings Bryan. Así lo resume él mismo: "Dorothy, que representa los valores norteamericanos tradicionales, hace tres amigos: un espantapájaros -el Agricultor-, un hombre de hojalata -el Obrero Industrial- y un león cuyo rugido es mayor que su poder -el populista Jennings Bryan-. Juntos atraviesan una peligrosa carretera hecha de ladrillos amarillos (el patrón Oro), esperando encontrar al Mago que ayudará a Dorothy a volver a casa. Finalmente, llegan a Oz, donde todos ven el mundo a través de unas gafas verdes (el dinero). El Mago (el candidato republicano William McKinley) resulta ser un fraude. El problema de Dorothy solo se resuelve cuando repara en el poder mágico de sus zapatillas... de plata.¿Sorprendidos? Vayamos por partes. (Paréntesis: si sólo te interesa por qué se cambió el color de los zapatos, tendrás que quedarte hasta el final). En primer lugar, te advertimos que esta interpretación en clave socioeconómica del Mago de Oz se trata de una teoría sin ninguna confirmación. Lleva rondando el mundo acádemico estadounidense desde mediados de los 60. El autor del libro, Frank Baum, nunca se refirió a su historia como algo que no fuera un cuento infantil. Y su muerte en 1925 dejó el misterio sin resolver. En su título original, El Maravilloso Mago de Oz, encontramos la primera referencia a su auténtico protagonista, el patrón oro. También la más obvia. Oz representa en inglés la abreviatura de onza, la medida más popular de este metal. Abramos ahora el libro para seguir avanzando. Dorothy es la primera palabra que aparece en la primera página. El autor no se andó con rodeos para presentarnos a su protagonista, una niña huérfana de Kansas que será arrastrada por un ciclón hasta una tierra fantástica. El ciclón ha sido interpretado como una metáfora de la revolución social que se avecinaba con el movimiento populista. El aterrizaje en Oz de la casa en la que viaja Doroty, arrancada por el huracán, mata instantáneamente a la malvada Bruja del Este. La bruja simbolizaría Wall Street, el poder financiero de los banqueros republicanos, defensores del patrón oro. Nueva York, además, se sitúa al este de EEUU. Probemos a contrastar el sonido anglosajón de Bruja del Este y Wall Street... ¿Pura casualidad? Lo dejo a tu elección.Pero sigamos. La difunta bruja tenía esclavizados a los adorables munchkins, los pequeños habitantes de esa tierra, a los que la acción del ciclón libera de la opresión de la malvada terrateniente.Entonces aparece la Bruja buena del Norte, que, siguiendo con nuestra alegoría, representa al votante de la parte norte del Medio-Oeste, sin fuerza para contrarrestar la supremacía del Este. La hechicera regala a Doroty los zapatos plateados de la bruja del Este, como agradecimiento por haber liberado a la población. Para guiarla en su vuelta a casa, le aconseja que acuda a la Ciudad Esmeralda para solicitar la ayuda del grande y poderoso Mago de Oz. Y como todos sabemos, le indica el camino. Dorothy comienza su viaje a través del famoso camino de baldosas amarillas, la mejor metáfora del patrón oro. Pronto se encuentra con tres nuevos amigos que se unen a ella y a su perro Totó. El espantapájaros sin cerebro representaría a los granjeros del Medio Oeste. El personaje, revestido de ingenuidad y aparente simpleza, despliega virtudes de rectitud y honestidad.El leñador de hojalata, sin corazón y dependiente del aceite para poder moverse libremente, encarna al obrero industrial, el proletario clásico, castigado por la depresión económica y visto como un aliado por los populistas. El tercer escudero de Dorothy es el León Cobarde, que funciona como álter ego del candidato demócrata Jennings Bryan, capaz de rugir pero no de ostentar ningún poder o influencia.La niña desengancha al espantapájaros de la vara, engrasa al hombre de hojalata y se gana la simpatía del león para convencerles a los tres de que la acompañen a solicitar el favor del Mago de Oz. Les promete que este magnífico benefactor también podrá concederles a ellos sus deseos: un cerebro, un corazón, el valor. El grupo populista liderado por Doroty llega a la Ciudad Esmeralda, la capital de Oz. En una analogía de Washington, en la refulgente Ciudad Esmeralda todos los habitantes ven el mundo a través de cristales verdes, tan verdes como el dólar estadounidense. El alcalde de aquella urbe es el famoso y todopoderoso Mago de Oz, que representa al candidato republicano William McKinley, rival de Jennings Bryan. El Mago se revela como un fraude, un ilusionista que ha jugado con la percepción de los habitantes de Oz pese a sus buenas intenciones. El Mago marca el fin del viaje de los personajes y les ayuda a encontrar aquello que anhelan en su propio interior. Esos tesoros de los que carecían ya se han forjado durante el largo camino de baldosas amarillas. ¿Y Doroty? ¿Cómo volverá a casa? La respuesta reside en la plata que reviste sus pies. La plata, símbolo del patrón bimetálico, es la única solución al problema económico de EEUU. Pese a la enfervorizada pasión en su defensa de la plata, incluido el famoso Discurso de la Cruz de Oro, Jennings Bryan perdió las elecciones de 1896 en favor del republicano McKinley. El patrón oro se mantuvo y, contra todo pronóstico, la inflación volvió. El descubrimiento de nuevas minas de oro en Australia, Sudáfrica y Alaska, y la invención del procedimiento del cianuro, que facilitó la extracción del metal, se tradujeron en un aumento de la producción áurea. El nuevo oro pudo respaldar una mayor oferta monetaria, que redundó en un incremento de precios: de 1896 a 1910 aumentaron un 35%.Pero esto no termina hasta resolver el misterio de los zapatos plateados del libro que todos creíamos rojos. En su adaptación al cine en 1939, de la mano de Victor Flemming y la Metro Goldwyn Mayer, el color se convirtió en una obsesión de la producción. Eran los tiempos eufóricos del Technicolor, un proceso que teñía la pantalla en tonos saturados y mágicos. No todos los colores destacaban igual. De hecho, el plateado se diluía hasta la insignificancia en medio de esta borrachera cromática. El cambio a los zapatos de rubíes que usa Judy Garland acabó formando parte del imaginario colectivo. Y así es cómo el color rojo acabó colándose en una historia de oro, plata y verde que nunca volverás a mirar con los mismos ojos.